Tras las
sosegadas y cálidas tardes de un verano que se marchó, aparecen entre los
amarillos campos, inicios de verdores perdidos. Los secos caminos beben, ávidos
de vida las lluvias que se me antojan tempranas y pasionales.
Últimamente
hasta las estaciones parecen acometer sus dones como si temieran no poder
hacerlo más, como si les hubiéramos secuestrado el tiempo.
Nosotros,
los que habitamos sus tierras, respiramos sus aires y comemos sus frutos.
Los que paseamos
por sus senderos de vividas experiencias y reposamos sobre la tierra poseedora
de nuestra propia existencia, huimos de la plácida serenidad del anuncio que
nos regala cada estación.
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SENDEROS |
Creamos
frutos fuera de sus procesos naturales, inventamos fríos para pulir los
tórridos veranos, desarrollamos calores que nos abriguen del empuje helador del
invierno.
Descubrimos
secuencias de nuestro ser, y podemos ya, crear otros.
Hay plantas
que crecen sin tierra. Hay luchas que se repiten y no parecen tener fin. Luchas
inútiles que en nada tienen en cuenta ni el fruto ni la lluvia ni el ser.
Nada está
solucionado, solo intentamos esconder nuestra estupidez tras velos de hipocresía
que surgen de nuestro propio sistema de vida y el peligro de perder lo poco que
nos queda nos acobarda.
Cuántas menos aguas caigan al campo seco mayor
desgracia traerán las aguas, que a veces enardecidas arrasan sin compasión lo
útil y lo inútil.
Quizás este otoño venga con bríos guardados en sus hojas de bermellón y sus suelos tapizados de amarillos, de sus hojarascas de embriagadores colores; quizás este otoño solo quiera gritarnos desde la desnudez de las ramas, la posibilidad de que hallemos “las opciones” para que nuestra vida sea una estación en la que nos permitamos vivir.
Quizás podamos aprender a ver los matices que los reflejos del sol dibujan en los miles de senderos, que el hombre es capaz de encontrar entre los rancios, obsoletos e injustos caminos ya andados… y lo sepamos hacer sin anegar, ni arrasar las pobres ilusiones y esperanzas de los hombres, que se olvidaron que tras la desnudez de la rama, en otra estación no muy lejana volverán a brotar tiernas y verdes hojas. Pero para ello debemos seguir mimando el tronco del que sin duda nacerán, nuevas horas.
Y mientras tanto, el hombre camina ajeno, pendiente de que su ombligo permanezca fresco o calentito, preferentemente, bajo la marca o el diseño de moda.
ResponderEliminarBuen artículo, amiga.
Un abrazo.
Así es querida Antonia, muchas gracias y mis felicitaciones por tu nuevo libro: " El hombre que te habita". Un fuerte abrazo.
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