Hoy me deseo en esta calma
inconquistable,
abrupta al ser. Vencida.
Agarrada a los abismos
de las fortalezas más aguerridas.
Me imploro en la inocencia
de los montes más altos
donde las brumas se disipan,
y las cercas laceran sin sentir
los rodeos del pensamiento
asfixiado en cada una de sus letras.
Nada se puede contra
la tajante laxitud de lo inevitable,
tras la pasión incontrolada
que hace crear burbujas
en el cristal
más finamente elaborado.
La placentera quietud de lo conocido
que se eleva
silencioso,
entre las habitaciones que
construimos
bajo la presión de la existencia.
Sobrevive. Intacto.
La feroz apetencia de lo amado.
Rosa María Estremera.