Termina
septiembre y apenas tiñen sus puntas las enredaderas. El tiempo innegablemente caprichoso
se precipita y cae con la certeza del final.
Me incomoda
esta sensación vertiginosa que alcanza lo inevitable. Se acercan los días pintados
indecorosamente de ocres, resueltos de amarillos.
La belleza muda
del descanso y la renovación.
El cielo se
cubrió con la prestancia sostenida y pesada de las aguas, deseando redimirse en
la tierra hambrienta.
Todo está preparado
con resolución.
La única
estación.
Promesa
prendida en las hojas aun vivas. Listas para enterrarse una vez más en la magia
del cambio necesario.
Luego vendrán
los días, que pintaran de cálidos colores los bosques de los hombres y cubrirán de
alfombras color ámbar los destellos de nuestras pisadas… y no haremos caso.
Pero esta
tierra nos perdonará una vez más mostrándonos su milagro. El descanso del
crepitar de los árboles. El triunfo bermellón de la transformación.
Solo nos
espera la paciencia de la metamorfosis.
Y mientras
trama el destino su historia, me concede el regalo de la palabra escrita,
envuelta en tapas negras donde escondí arropadas por otras hojas, el monólogo
del adiós entregado ya sin remisión en “El tacto de la luna Hiriente”.
Libro: "El tacto de la luna hiriente" Ediciones Vitruvio. |
De nuevo mi
agradecimiento a Ediciones Vitruvio.
Besos a todos.
Besos a todos.