lunes, 4 de mayo de 2015

MITAD EN NINGÚN LADO.

Mitad aquí, mitad en ningún lado.
El puro aliento del estío
se abre paso sordo al piar de otros.

Cálidas flores estampan los marcos.
La fantástica ilusión ensombrece.
Tan verdaderamente plácido.

Tan lejano.

Su roce templa la opulenta invasión del desánimo
que no cesa de escribirse
entre los malvas de un instante.

Ausente.

Escondido entre la brisa se deslizan
los cantares de otros sueños
que conquistaron tierras lejanas,
perdidas en la mente.

Mientras se instalan brotes amarillos
entre la realidad de este momento
y un pensamiento embaucado en la razón.

Inexistente.
Como la fresca inconsistencia del adiós.

Vuela de un lado a otro un abejorro.
Pesa su diminuto cuerpo en las yemas por brotar.
Un zumbido de pereza cálida,
flota amparado por un no saber.

Un espacio indefinido.

La caricia de la espiga peina la tierra.
Sin tocar.
Virgen de especulaciones.
La única certeza.

Todo lo demás, los lentos avatares,
los cotidianos susurros de la opulencia,
la descarada valentía de lo inculto,
se estremecen ante los verdes que tibian
las raras caricias humanas.

Todo lo que puedas entender,
aquello que deseara ser en ti o en el mundo.
Falacia narcisista.
Se mezcla con el aire renovado,
con el sonido vibrante del verano
que tersa sin quererlo la piel.

Despojada una vez más.
Encarnizada. Despedazada.

Reclamando la expiración del  lamento
para quedar suspendido como este instante
mitad aquí, mitad en un lugar imaginado
que ya dejó de existir
porque tú y yo lo poblamos.


Rosa María Estremera.