Con
orgullo, sorteé los avatares
a los que me entregaste
en los
albores de una historia que no quise.
Ciudad Encantada. Cuenca. |
Allí, en
aquel lugar
estuve
esperando que me hablaras
pero te
fuiste…
Y sólo
pude alimentarme del entorno
y
beberme sus frescos verdes.
Sólo el
piar del ave perdida
sosegó
el eco sordo de mi entendimiento.
Y mis
pasiones se sofocaron con los tibios
colores
de la roca y el cielo.
Aprendí
a ser la fortaleza
que impidiera
trastocar
la
sensatez de mi existencia.
Y me
erguí sobre la descuidada
maldad
de tu abandono.
Fui por
momentos bella e insolente
demostrando
lo aguerrido
de las
esperanzas y las ilusiones.
Y aquí, perennemente,
huyo del canto
de
soledad a la que me vendiste
y que
con tanto esmero, cuido por amar
por si
alguna vez me encuentro con tu desprecio.
Rosa María Estremera Blanco.