domingo, 28 de junio de 2015

Luz Eterna

No encuentro nada continuo en tu mirada,
todo, termina con la laxitud hueca
de una frase no dicha.

Cruje el roce seco de las hojas.
El viento las agita
contra la rueca estéril del destino,
las mil formas de sus nervios
quedan impresos en la retinas
infinitas de los sueños.












Los reflejos no son ninguna certeza
y sin embargo enmarcan la sutil
forma de la hiedra,
el perfil ardiente de las tejas
sobre las ventanas.

Los gritos lentos de las voces infantiles.
Una nube.
Un lamento.

el claro y limpio hablar del cielo
forjado en las puertas exiguas de la existencia,
reveladas por las luces que deslumbran
con la fortaleza de lo perpetuo,
con la rudeza de la verdad.

la aspereza efímera de la vida
envuelta en caricias veladas
entre los lienzos sin óleos,
sólo pintados con nuestros miedos.

Cristales de destellos circulan desde lejos.
El ladrido de un perro.
El gemido de un hombre muerto.

Hay una marca en el cielo,
una cicatriz en mis ojos,
una llaga entre mis manos
y la tierra húmeda del pasado.

El anhelo encarnizado e inútil
de la interminable lucha
de la infinitud de los momentos.

No encuentro nada continuo, constante
nada de la sencillez de lo perecedero.

El vuelo de la luz silba a mi espalda
y a mi frente...
sólo una luz descansa entre los baluartes
de las batallas olvidadas,
que inmortal, me habla y me susurra
con las tibias señales
que mueren derretidas
en la eterna luz de este momento.

                                      Rosa María Estremera.