El desánimo se desliza viscoso y pujante, silenciosamente y sin tregua por los rincones de nuestra vida. Conquistando los momentos con interminables tropas de desidia que impregnan nuestra cotidianidad.
El desánimo de la opulencia, de lo afanado por
la gran mayoría de los representantes “de casi todo lo representable en una
sociedad democrática”. Deja enmudecido al ciudadano y al hombre maltrecho de
desilusión y tristeza.
Y cuando terminamos por
enterrar bajo mantos de corrupción, mentiras, malas gestiones, nula formación y
preparación, descontrol agrio, desaforado y casquivano de estos momentos que
nos han tocado vivir nuestros anhelos,
enterramos con ellos, casi sin sentirlo, nuestra propia esencia que como seres
humanos nos caracteriza y estigma: el deseo.
Deseo de rebelarnos ante
lo que se nos revela insoportable, cruel y casi inhumano.
Llegados a este punto y
conociendo que somos capaces de los más terribles actos, sería estúpido negarlo,
y de las más altas y loables acciones, que aunque no de moda… es incuestionable
que somos capaces de llevar a cabo; me pregunto si podremos“recomponer esta situación a la que hemos llegado”.
No discutiré sobre cómo
hemos llegado, ni en quién o quienes reside la responsabilidad, me preocupa
sobremanera la resolución de los hechos. Que la rebelión necesaria no sea una
manera burda, descompensada, revanchista e ineficaz de destrozar todo para
volver a construir, no tenemos ni tiempo ni fuerzas ni dinero para recrear una
desolación innecesaria. Y sin embargo urge una renovación profunda y crucial,
serena y rigurosa, responsable y meditada de nuestra realidad social, cultural
y económica, que como una buena campaña de relaciones públicas será a largo
plazo. Pero que debemos acometer ya, porque si no, abocaremos a nuestros
jóvenes, a nuestros hijos, a los tuyos y a los míos a un oscuro, incierto y
cercano futuro.
Porque debemos
recordarnos que la justicia existe a pesar de lo acontecido, que los progresos
son posibles aunque nos hallan y hallamos replegados a rincones de inmundicia
ética y moral. Debemos recordarnos que como hombres, no nos podrán arrebatar la
capacidad de recrear bajo los nefastos velos de la incongruencia y la maldad
uno de nuestros mayores dones: La magnífica, arrebatadora y eterna capacidad de
desear, de reesperanzarnos con nuestras capacidades que no son pocas, de volver
a repensarnos y reconstruirnos bajo la sensata mirada de la razón y la ética.
Por ti, por mí y sobre
todos por nuestros hijos, los de todos, para que sepan “que somos capaces” y no
se diluyan en la fluida desesperanza de esta historia. Que podamos siquiera
dejarles en herencia algo mucho mejor que el dinero, la certeza de que con
voluntad y deseo todo puede llegar a ser, incluso una sociedad donde todos podamos
volver a ver el sol suspendido en un halo de humanidad y esperanza.