martes, 13 de mayo de 2014

Tras la presentación, mi agradecimiento a todos

Aún con la emoción en la piel y con un inmenso y sincero agradecimiento tanto a la Editorial  Vitruvio y Pablo Méndez, extraordinario editor y poeta por hacer un precioso libro: “Sinfonías y voces”. Cómo a mi querido amigo Jesús Ayet, poeta sin igual, filólogo, maestro y psicoanalista cuya extraordinaria presentación de mi libro no podré agradecer  suficiente en mi vida.

 A todos los que conmigo estuvisteis compartiendo ese momento tan especial. Qué como os dije entonces y hoy os reitero, no sólo era la presentación de mi libro, era yendo más allá, el momento donde me mostré ante todos los que allí estuvisteis como escritora. Eso es, lo verdaderamente importante para mí, pues con ello adquiero firmemente el compromiso y la responsabilidad ante “el otro” y ante ustedes los que no estuvisteis pero me seguís y apoyáis desde este lugar, para seguir trabajando, aprendiendo y esforzándome para poder transmitiros esa parte de mí, esa esencia que busca dibujaros nubes en los sueños por construir de vuestras ilusiones.

Aquí os dejo la presentación que sobre “Sinfonías y voces” hizo Jesús Ayet. Un impresionante estudio psicoanalítico y una extraordinaria crítica literaria. Que más allá de elogios, los cuales agradezco inmensamente cómo no puede ser de otra manera, es un texto que muestra la maestría y la genialidad de este maravilloso poeta.

Gracias de corazón.

Rosa María Estremera Blanco.


"Queridos amigos (gracias a los cuales esta mujer que tengo aquí al lado aprendió a poner nombre a los vientos) y queridos enemigos (dudo de que aquí haya alguno pero por si acaso darles también las gracias, pues parece que por ellos esta misma mujer se nos ha hecho de viento), en fin, fuera de bromas quiero deciros en primer lugar que me siento muy honrado y orgulloso de presentar este libro, un bello libro que comienza igual que el Evangelio, recordándonos cómo en el principio era la palabra, y a partir de ella fue surgiendo todo; ligero error, pues está claro que antes o a la vez que la palabra estuvo la voz capaz de pronunciarla, y esa voz que dio nombre a las cosas, se hizo música, y la música se hizo sinfonía, y la sinfonía, ahora, en este libro, se nos hace poesía con la voz de Rosa María Estremera, que nos da no una, sino cinco hermosas sinfonías de voces que buscan, de voces que encuentran, de voces que aman, porque son voces del alma.
     Quiero ofreceros una primera lectura de este hermoso libro, que en mi opinión no tiene nada de primerizo, sino que goza de una asombrosa madurez temática y una rica elaboración textual, que no es por nada, pero quien os habla supo apreciar nada más leerlo antes incluso de verlo transformado en este precioso libro, edición que bien merece también las alabanzas y la enhorabuena a su editor por el gusto con que ha sido materializado: su brillante portada, su significativa fotografía, su no escatimar papel en la edición para que el texto se incruste como Dios manda en la bella página cuyo blanco alrededor del texto realza el valor simbólico del mismo, de la palabra, del silencio que debe rodearla… el libro, como veis, ha quedado no sólo digno, sino primoroso y excelente.
     Comienza la 1ª sinfonía con los temas de la soledad y de la nostalgia. La lluvia metaforiza las lágrimas, cuyo sentido no puede comprenderse del todo. El espacio es fundamental, pero lo es aún más el tiempo: el invierno es un instante que se prolonga en la memoria y se convierte en mágico, como el mismo lugar de los hechos. ¿Cuáles hechos? Los propios del amor: el beso, los besos (p.17). El sueño y el miedo acompañan a la protagonista de este “relato” sentimental, junto al sufrimiento y al gozo, que a veces se confunden. Hay un miedo a la locura (esa oscuridad de la mente a veces tenebrosa) y una búsqueda de la claridad. Los elementos cromáticos poco a poco alcanzan valores simbólicos con el verde de la naturaleza vegetal, el azul del cielo, junto a símbolos como el lirio (¿por qué “caído”?), pero sobre todo las palabras. Buscar es la actividad fundamental, lo que implica la falta, y la pérdida (BUSCO UN SUEÑO, pp. 19-20).
     Junto al sueño, la ilusión y la esperanza, hace su presencia el elemento negativo del engaño, frente al cual se busca la verdad. ¿Cuál verdad? Se alude a la verdad de los sueños, de los sueños del alma, y se desea conocerlos al menos en parte, sin duda esa parte relacionada con el amor, que se quiere conservar sea como sea, aunque se convierta en mera esperanza, como al principio: ese camino de lirios azules por donde se escapa el deseo inalcanzable (p.21). Sólo cabe buscar, siempre, buscar… Y se encuentra con el mar, sus aguas embravecidas, el amor y la nada, esa presencia inencontrable pero siempre presente y tan temida; y el viento como aliento de la naturaleza. Todo esto es lo que se va encontrando, y todo ello queda coronado por el beso, símbolo por excelencia (sabroso, emocionante símbolo, tan anclado en lo real) del amor, aunque a veces sea como “una ola fría que me arrebata (p.23).
     Los poemas cortos (de 4, de 6 versos) aparecen como refrescantes goterones, como saladas salpicaduras de ese oleaje turbulento, una turbulencia poética cargada de paradójicas propuestas: amar a quien no existe, querer a quien no quiere, ir por caminos cercanos pero desconocidos, hasta llegar a la preocupante conclusión de que nada sensato puede decirse del amor (mas, ¿quién espera algo sensato en la poesía, pura aunque maravillosa insensatez en sí misma?); sólo cabe sentirlo “como absoluto”, o desearlo (pp.24-25).
     Y los textos en prosa: sobre el tormento de no sentir nada y desear la luz (p.26), sobre las historias de amor, a veces incluso sin personajes, salvo el árbol desnudo por el viento, el olvido bajo la lluvia, y el susurro al oído (pp.30-31); sobre la experiencia, que no es sino un cúmulo de descubrimientos hasta aprender “lo que es amar” (p.32); sobre la inspiración, en el límite del encuentro y de la pérdida, y la impaciencia y la desidia hasta descubrir la belleza (pp.37-38), sobre todo en el verso.
     O sobre el dolor (ya en la segunda sinfonía), sobre las palabras y su capacidad de llenar el vacío, sobre el significado de las tormentas (único texto en prosa de la tercera sinfonía, pp. 102-103). La cuarta sinfonía incluye un texto culminante de reflexión poética sobre el goce de escribir(te), porque escribir es siempre escribirte, escribir para otro, para el otro, esa necesidad de seguir deseando, de plasmar el dolor, para poder mirarse a la cara, para caer en el silencio o en el infierno, para desentrañar el secreto del corazón y calmar el desasosiego, y para dejar brotar el fuego que arde en el alma: es un texto cargado de belleza y de verdad, ganas da de poner estos términos en mayúsculas (hablo del texto titulado DEL GOCE DE ESCRIBIRTE, pp. 116-118, que ojalá Rosa nos lea esta tarde).
     En la quinta y última sinfonía, que cierra el libro, aparece el último texto de reflexión poética en prosa, llamativamente titulado DE MI VIDA Y DE MI MUERTE; es un texto impresionante y de los mejor elaborados del libro, en opinión de quien esto escribe: sus párrafos anafóricos abiertos a la posibilidad aluden directamente a aquello que menciona el título, la muerte, siempre posible. “Os puedo”, “os podría”, son las frases de arranque de una serie de acciones que trazan el eje vital de esta mujer poeta: describir, contar, decir, confesar, cantar, hacer sentir, prometer, relatar, llorar… y besar (pp.143-145).
     Los textos en prosa son, pues, elementos primordiales en esta obra, y en ellos la voz de la autora se hace reflexiva, no menos íntima que en los poemas, pero con una carga de comunicación aún más directa, de gran hondura intelectual y filosófica, sin la carga de metaforización que requiere la poesía en verso y con un peso intelectual que tampoco cae en lo excesivo, al contrario, aligera la concentración poética, suaviza su belleza, permite sobrellevar el gran cúmulo de lo sentimental, e invita a la reflexión y al distanciamiento necesarios para poder soportar tanta emoción. La autora, en ellos, se define y se muestra a sí misma sin más veladuras que la de la belleza de la expresión poética: “Amo, soy deseo, soy luz, locura de sentir algo que enmudece” (p.29).
     Casi al final de esta 1ª sinfonía aparece una primera muestra de algo especialmente característico de este libro: el aforismo, a veces purísimo, solitario versículo, de una variedad y riqueza, de una profundidad que se va pronunciando según avanzamos en la lectura. Tratan sobre lo efímero y lo eterno (esos elementos que se esconden en la mirada) (p. 33), sobre la belleza y la bondad, el olvido y el destino (p.34); sobre la inteligencia (p.49) y “el intento fallido de sublimar la pasión”; el caos de la aparente armonía (p.51), la (¿necesaria, inevitable?) muerte de las ideologías (p.57); a veces son estos textos breves de un lirismo espiritual súper-concentrado (p.60) y otras veces tienen un carácter ciertamente definitorio, como esa caracterización del beso (de la p.63) en su eternidad y en su finitud; o sobre la necesidad de compartir el vacío (p.68), o sobre esa cualidad de los inteligentes (también de los vengativos) que llamamos ironía (p.70). Abundan especialmente en la segunda sinfonía, sin duda la más ligera, la más rápida, de puro andante, algo “maestoso”, “ma non troppo”, pero se hacen presentes a lo ancho de todo el libro y constituyen un conjunto encantador de reflexiones y meditaciones sobre la vida, los sentimientos y emociones, cargados de una espiritualidad que ya reconocemos como principal característica de esta autora.
     En la 2ª sinfonía el dolor y la pena marcan el eje sentimental del conjunto melódico, envuelto de pasiones y de miradas: la mirada es todo un método de conocimiento y de aprehensión de la realidad más profunda en Rosa María Estremera. De ahí las dificultades para conocerse (uno no se mira a sí mismo más que a través del espejo o a través de otro), de ahí que sobre sí misma siempre hable en términos de lo no permanente: el soplo de aire que se desliza, lo inconcreto, lo que apenas se puede retener en las manos, algo menos sustancial incluso que el aire (“su frescura”, p. 52). A veces, pocas, la autora se dirige no a un “tú”, sino a un “vosotros”, y en ese sentido consigue abrir su discurso a los demás, mostrarse a ellos, exhibirse, y es sin duda significativo que lo haga a través de un “no”: no lloréis, no os preocupéis, no busquéis, etc., que “yo ya soy parte del viento”: qué delicadísima presentación de sí misma, y qué estupenda y exacta definición del alma humana (p.54)…
     …porque todo lo importante está aún por construir, sólo hay que soñarlo, y yo, nos dice, ya sólo soy alma, pero alma enamorada, y ardiente, y apasionada: son los adjetivos del amor, del fuego y de la pasión… qué mujer, Dios mío, es pura LUZ (p.60), es pura AGUA (p. 62), es pura CARICIA, es puro ABRAZO (p.66), es puro AIRE que permite respirar (p.72). El poema TOMA MI VOZ cierra esta 2ª sinfonía con uno de los momentos líricos más álgidos del libro: esa frase, ese verso que se repite en cada arranque de estrofa, es una orden, no sólo un deseo, es un mandato que uno tiene que cumplir, para poder susurrar, para poder gritar, para poder arrullar, para poder soñar y poder besar. El final del poema alcanza tonos otra vez bíblicos: “Toma mi voz y anda” (pp-73-74).
     [Nota: El poema ¿LO VES?, que viene a continuación, es también precioso, p. 75; y si me deja Rosa, os lo quisiera leer luego, o que nos lo lea ella, claro.]
     La 3ª sinfonía contiene algunos de los más grandes y buenos poemas del libro: SER LUZ (símbolo de la vida y del amor); HAY UN TIEMPO, que constituye toda una autobiografía con la magnífica y profunda reflexión sobre el pasado con todo lo que significa de ir “dejando”, todo aquello que constituye un lastre para el vuelo (pp.86-88)…
     …GRISES, es otro de los grandes poemas de esta 3ª sinfonía, un poema que se abre a una nueva vida, de tono becqueriano (“cuando las hojas de nuevo se pinten de verdes claros y plateados… cuando una nueva luz pinte de colores vivos el árbol cansado”) y machadianos, claro, pero sobre todo “rosamaría-estremerianos”: “de nuevo dejo escapar entre suspiros el frescor que acaricia mi cara” (p.92). Esto es pura rosa (Rosa), jeje.
     ¡Cómo no van a aparecer rosas en este libro! ¡Cómo no van a aparecer caminos lejanos y añorados! (pp. 94-95) ¡Cómo no van a aparecer riberas de un río en donde los cuerpos se mezclen como si fueran de su propio cauce! (p.96)… y de nuevo la LUZ, en otro gran poema de esta 3ª sinfonía, hecha toda de poemas grandes (LUCES, p.97; espero que luego nos lo lea).
     El titulado LETRAS QUE NO SON MÍAS es de los poemas más significativos de este enorme libro: polimétrico, cargado de asonancias y de silencios (a Rosa le encantan los puntos suspensivos, cuya carga simbólica sería digna de ser estudiada a lo largo de este SINFONÍAS Y VOCES), versos anafóricos, rítmicamente repetitivos, su estructuración musical, sinfónica… y sobre todo su temática: la letra, la palabra, el susurro, el sentido profundo de lo dicho, que se capta sobre todo en la soledad, perdida (encontrada, más bien habría que corregir) cuando ante la dulzura de la carne se siente y se vive sobre todo, porque “es tu voz lo que (me) llena” (pp.98-99).
     La 4ª sinfonía contiene “otras voces”, en primer lugar la de un “tú” necesario hasta para despertar, necesario para hablar, para soñar, para perderse y encontrarse y necesario para vivir y amar. La protagonista del libro no se cansa de buscar a ese tú, a ese otro yo, al que se encuentra y se pierde, porque la vida es una muchedumbre de encuentros, de desencuentros y de pérdidas: todo ello enriquece sobremanera el bagaje espiritual de la persona, del ser humano. Por eso, tal vez por eso, hay que saber amar hasta al olvido mismo (p.115), porque además es imposible huir del propio destino, ese río que es el de nuestra vida, por cuyo cauce transcurrimos, imposible no ir por él, por más que nos desbordemos: la imagen tradicional se renueva aquí de original manera y adquiere un nuevo sentido, el de la pertenencia a ese río que a su vez sólo existe por uno mismo, porque el río no lo es sin su caudal (p.120), y aunque el río, obediente, apresado, navegue por su marcado cauce, al amor se lo quiere libre, sin lastres, sin miedos, y sobre todo sincero porque sólo así contribuye al encuentro con la verdad.
     La verdad y su búsqueda es otro de los puntos de referencia para comprender la poesía de Rosa María Estremera. Su búsqueda justifica la vida y lleva a veces al encuentro con la inteligencia, pero también a la desesperación de enfrentarse con la torpeza, la estupidez y la estulticia del ser humano, de las que conviene huir siempre, de ahí la dificultad para encontrar “un puerto donde anclar”, una cala “que pueda consolar el alma” (p.124). A veces sí se da con una, fundamental: la del silencio (p.126).
     A partir de aquí, de esta confrontación con el silencio, la sinfonía sigue transcurriendo por la melodía de la soledad, del “zarpazo” que rompe el alma, del no saber decir en un momento dado y el remordimiento por no haberlo dicho, por haber sido torpe en el decir, porque tantas veces ni el lenguaje sirve para entender (sí, ¿verdad Rosa?, para malentender y confundir); para entender, digo, la soledad ante el viento (poema de la p. 134) y ante la muerte (poema de la p. 135).
     Por fin, en la 5ª sinfonía, se despliega la voz que ama. Comienza llamando la atención sobre el error de creerse conocedor de uno mismo, ante lo fácil que es equivocarse (p.146) y caer en errores que se acumulan y resultan peligros y empobrecedores. La única verdad es la de los propios sueños y los propios deseos: ésos son los que deben guiarnos en la vida (p.149); y así, en el poema SUEÑOS CERCANOS brota una voz de un sentido moral profundo, basado en la experiencia personal, en el desengaño, con un aviso, enésimo, sobre la necesidad de buscar, pues para esta poeta, la vida entendida como búsqueda es la única vida verdadera.
     En esa vida verdadera y de búsqueda, la palabra surge como roca, como marea, como amapola, como sol y como luna, y como verso, ya sin miedo (p.150), y al escribirse el verso resulta que lleva a la verdadera razón de todo: al tú a quien se ama, al verdadero amor, que lo funde y explica todo en el crisol de “ese fuego de mi amor eterno” (p.151), con el que se eleva el tono poético hasta lo religioso, y creo no equivocarme al señalarlo. Y ese tono se mantiene sin duda en UNA ESPERANZA (poema de la p. 152), que es un poema sobre la libertad.
     Porque en la palabra, en los versos, la poeta, la poesía, se pierde, pero es ahí paradójicamente donde se encuentra; perderse en el sentido de entregarse del todo (“me hice perdidiza y fui hallada”), de perder el control y ahogarse en gozo. Y en los versos, en las palabras (en su belleza, hay que añadir, pues no todas valen) se encuentra el “tú” (SÓLO TÚ, poema de la p.160), aquél por quien hasta la libertad en su mejor sentido, el de la libertad compartida, merece la pena; ese tú misterioso y secreto que invita a ser descubierto, que se ansía conocer y comprender, para amarlo más aún…
     …y gracias al cual es posible, e inevitable, AMARLO TODO (pp.168-169), poema que demuestra nítidamente cómo en realidad no se busca el amor, no se busca la verdad, no se busca (me permito añadir) a Dios, sino porque el amor, y la verdad, y el mismo Dios, son quienes nos llaman y nos arrastran; ella se deja arrastrar, dice, “por el sol de mi esperanza, para que la espuma blanca ame mi cuerpo…
     …y mi destino” (pp.168-169, casi al final del libro).
     En fin, a mí me gusta mucho este libro, no lo puedo (ni quiero) evitar, y por eso me cuesta concluir, porque me cuesta cerrarlo. Por eso os invito encarecida y cariñosamente a conocerlo, a leerlo, a disfrutarlo y entenderlo, a seguir a Rosa, a esta mujer en cuya cercana presencia me siento tan honrado, querido y protegido; a seguirla en su reflexión, a sentirla en su emocionante poesía, a meditarla en su contemplación de la realidad sentimental que la constituye y que nos constituye; a leerla, para enriquecernos, y, leyéndola, admirarla y quererla, que nunca será tanto como ella y sus innúmeras cualidades se merecen. Así que, de momento, vamos a escucharla. VALE."

     [Texto escrito el domingo 27 de abril, para la presentación del libro SINFONÍAS Y VOCES, de Rosa María Estremera, editorial Vitruvio, el viernes 9 de mayo de 2014, en la sala “Antonio Machado” del café COMERCIAL de Madrid]
    
     ©Jesús Ayet-2014