Regresaba
del blanco silencio
y el crepitar de mis pisadas
sobre tu
blanca e inmóvil palabra
hizo que
volviera mi mirada.
Allí, descubrí
como susurraban las ausencias
y el roce
vivo de tus manos
acariciaban la
visión
deslumbrada
de mi existencia.
Me
acompañabas como nadie
rodeando de
dulzura
el rededor
de mi cuerpo;
la sutil
envoltura de los campos
por ti
cubiertos.
Hablabas a través
de los árboles
y los
senderos cubiertos
de tu
verdadera esencia.
La pureza
desbordada de tu aliento
el llanto
sincero de tu mirada.
Tanto te
sentía
que me paré
apesadumbrada
por si el
mágico momento
te hubiera
convertido en mortal
y pudiera
así atraparte.
Esperé
callada, por si aparecías
leve y seguro
por los caminos,
para
abrazarme por fin,
en el sueño
infinito
de tu
delicada presencia.
Deseando que
fueras real,
esperando que
salieras
de la seductora
apariencia
que te
envolvía…
Y me quedé esperando
que la
serenidad de tu caída
me llevara
de nuevo
a lo real de
mi causa.
Rosa María Estremera