Primero se adormece el día y el sol que hasta hacen un momento esculpía naranjas sobre las tejas y las ventanas, sin que te enteres, es cubierto de nubes negras y acaloradas.
Es como un anuncio solemne, sabes que viene porque el viento enmudece. Porque al poco, se vuelve un tormento de aire enfadado y crespo.
Azotando las hojillas de las matas frescas y rojas de los cerezos aún nacientes.
Zarandeando las tersas ramas de los pinos y castaños, de los abetos perennes que reciben para refrescar sus hojas cansadas de la tormenta aún no presente...
Y una gota, y un relámpago y un ruido aún muy lejano.
Un ruido, que primero es un lamento, luego un grito y luego viento atormentado.
Después, agotada, desorientada, exhausta la nube, rauda como vino, desaparece...
Qué fuerza vigorosa y rápida empuja al cielo a debatirse en duelo desconcertado, mientras, la tierra de la trémula primavera, asustada y lanzada, vuelve a cobijarse brillante entre el ganador del lance que una vez más resurge: un sol ámbar, que vuelve siempre a pintar de naranjas los tejados cercanos a mis ventanas.
Rosa María Estremera.
De "Sinfonías y voces", Ediciones Vitruvio.
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