viernes, 5 de junio de 2015

Compartir la existencia

-¡No!

Me dijiste una vez más y esta vez te creí...
Dejé mis tontas aspiraciones colgadas por la hiedra del jardín que quise construir junto a ti.

- ¿Cariño, vienes?

Y fui, él ya había olvidado. La importancia de las cosas es tan relativa... 
Algo se había quedado perdido entre los destellos cegadores de un sol que empezaba a depositar en el horizonte el peso de su existencia.
Tan lejos como el entendimiento entre las personas. Entre él y yo. Tan cerca como los fulgores blancos volcados en mis macetas,
colgados en la eterna esperanza de un reencuentro.


Él seguía allí, esperando en paz su consuelo. Siempre fue así, lo seguirá siendo.
Pero la vida se encarga de enmascarar los intereses y modificarlos al antojo de sus propios réditos, sin que seamos una prioridad.
Al vuelo raspón y estúpido de aquella mosca, tan similar al ridículo zumbido de las discusiones banales en las que parece gustarnos perder el tiempo.

Vuelvo a disiparme en el horizonte incandescente y no distingo bien, si son naranjas o rojas las líneas que marca sobre la mesa, que pinta sobre las velas reblandecidas.
El tiempo estructurado, inexistente parece tatuarme en esta piel imaginada, una angustia que nada tiene que ver con mi enfado.
Ni con mi vida.
Perdida entre los vivos colores de aquel plato que colgué hace mucho para cincelar el muro de ladrillos, hace tanto, que ya el muro  no es el mismo. Lo cambió el cariño de los años. El esmerado roce malva de las flores.
También él lo quiso. Lo vivimos.

Nos hará falta otra excusa surgida de nuestra humana sentencia sin sentido, para no ver reflejado en los sucios cristales del farol, la certeza que se esconde por encima de lo que se dice en lo que de verdad sentimos.

El reflejo por siempre prendido de nuestra existencia.

Me miraste una vez más y sonreí eternamente.



                                               Rosa María Estremera.

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