En
el espacio tibio, sereno
cómo
el final de la muerte,
existe
el comienzo de un vacío
mudo
y desprovisto del tiempo
aún
por crear de la vida.
Un
lugar, donde el entendimiento,
sustancia
de la frialdad, desaparece.
Descansan
las entumecidas garras
de
un pasado aterido,
recubierto
de oscuros sueños.
Se
instala un período
de
vibrante y silenciosa espera,
en
el área que abandona
la
inmensa devastación
de
las tierras latentes,
donde
todo, se configura
extraño
de escuchas
con
el eco sordo del descuido.
Catarsis
de un vigor renacido
en
trémulas flores
de
virgen fragilidad,
de
brotes sometidos
al
ineludible anuncio
de
la resurrección de los campos,
su
cálida prestancia
y
volátil ensoñación.
Huele
el aire a susurros perdidos,
a
la lluvia templada
y
a la niebla, que dejó de perturbar,
porque
la velada esperanza
del
deseo, despereza
los
días más largos
y
las noches deambulando
por
el tacto de tus manos.
Si
me quedara algo de pureza,
podría
agarrarme
a
los brazos inexistentes
que
vuelvo a pensar.
A
las pieles perdidas
en
las frustraciones tercas del desprecio,
de
un tiempo aún por despertar.
Del
momento que resucite de púrpura
el
oscuro esperar de otro invierno
que
muere entre mis brazos.
Rosa María Estremera.
Rosa María Estremera.
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